Y en un tarrito bajo el sol, mi corazón de descompone al son de las mandíbulas de los gusanos. Qué triste verlo allí, solo, malherido, agusanado. Mi corazón allí arrumbado, roto, descompuesto, fragmentado, hecho añicos y pudriéndose al sol. Arrumbado, hundido en su tristeza, en su dolor, entregado al rítmico correr de los días. Sin tener noción del tiempo, sin recuerdos, ni espacio, ni olvidos. Cuanta pena me da verlo allí; arrumbado, moribundo.
Cuando lo veo tirado, hediendo, sé que lo voy a extrañar. Me dan ganas de abrazarlo, de sacudirle los gusanos y limpiar con lágrimas sus heridas. Me dan ganas de gritarle, de pedirle perdón. De gritarle por favor, que me perdone! Por no haber sabido cuidarlo. Por haberlo arrojado tantas veces contra los muros falaces del amor. Por no haber sabido sacarlo del juego a tiempo. Por no haber sabido resguardarlo de las mentiras, que algunos llaman piadosas, pero suenan a cuchillas.
Y ahora está allí, tirado, arrumbado en un rincón del patio, mohoso, triste y agonizando. Es tarde para resucitarlo, no supe cuidarlo y ahora está muriendo. Lo estoy velando. En un rincón putrefacto de este patio abandonado. Sé que lo voy a extrañar, cuando ya no crea en lo que antes creía. Cuando ya no sueñe, porque no haya nada en qué soñar. Cuando ya no queden ganas, ni siquiera de llorar.
W.E.
31-08-10